Patricia Etchechoury es licenciada en fonoaudiología especializada en neurolingüística, pero yo la conocí como Pato, un alma inquieta y curiosa colorida y con una mirada transparente. Ella ha viajado mucho, pero no hablo de viajes turísticos y acotados a unas vacaciones por ejemplo, sino de viajes de vida, viajes de ida sin vuelta programada, viajes de conocimiento de otras culturas, de aventura y descubrimiento. Afortunadamente, Pato no se limitó a vivir la experiencia sino que atesoró muchas de sus andanzas en una colección de relatos. Así fue que nació
Selva, un
libro con narraciones e ilustraciones en primera persona que nos permite viajar con la imaginación un rato y conocer otros mundos, otras gentes. Tengo el inmenso placer de ser quien materializa las Selvas, y a raíz de esto fue que se me ocurrió entrevistar a la autora ya que pensé que detrás de un material tan interesante, debía haber más historias y vivencias enriquecedoras para compartir. Efectivamente no me equivocaba, Patito es de esas personas que cuanto uno más conoce, más interesante resulta. Sin más preámbulo, les dejo aquí la entrevista para que lo comprueben.
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Pato de pie, con bicicleta verde. |
¿Cuándo o cómo surgió tu inclinación a la escritura? ¿Solías escribir cuando eras una niña?
Yo creo que todo empezó, o que todo tiene que ver un poco con mi niñez, que fue una niñez un poco particular, lo digo porque mis papás son navegantes, ellos desde antes de que naciéramos mi hermana y yo, ya tenían un velero, al principio de madera, y que luego fueron cambiando. Primero fue el Inti, luego otro Inti, el II, luego el Jacarandá, y otra vez un Inti, que es el actual, siempre navegamos. Cuando tenían un ratito, salíamos a navegar. Así que en ese ámbito nacimos, primero mi hermana y después yo; y nos criamos casi a iguales partes en la casa y en el barco. Todos los veranos eran dos meses de navegar y todos los fines de semana. No sé si esto tuvo que ver, o si soy así de naturaleza pero soy bastante tímida, tenía bastantes problemas para relacionarme, la cosa es que yo creo que navegar tiene bastante de estar solo, de pasar horas mirando el río, o el horizonte, tal vez timoneando pero con la vista perdida y con muchísimo tiempo para pensar.
Cuando llegábamos a puerto, las cosas que podía hacer un chico arriba de un velero eran nadar, saltar del barco al agua y trepar del agua al barco, hasta que caía la nochecita y se nos proponía dibujar, cuando fuimos más grandes, escribir y leer. Así que la inclinación por la lectura, la escritura y el dibujo se dio desde muy chiquita, fueron mis grandes compañeros, tal vez mis salvadores.
De más grande, cuando hice el secundario elegí un bachillerato en letras, donde me siguieron incentivando la escritura de cuentos, la lectura crítica de cuentos y novelas. Y por lo general no dejé de escribir nunca, lo que pasa es que al entrar a la facultad la escritura se me tornó un método de registro. En ese momento estudiaba tai chi chuan, y algunos de los profes nos contaban cuentos chinos, que me ocupaba de trascribir. Más adelante me pasó algo similar al estudiar el profesorado de yoga, donde muchas enseñanzas son transmitidas a través de la narración de cuentos tradicionales de la India, que también fui registrando. Registraba mis sueños, llevaba algo así como un diario, que no era diario, era más bien un semanal. Entonces fueron varios años de registro pero tal vez no de invención.
Por otro lado, al navegar, según me enseñaron a mí, cada vez que uno zarpa arma una bitácora, entonces era una de las tareas más importantes que había, o de las que yo más ansiaba, porque las otras tenían que ver con adujar cabos, doblar las velas, limpiar el ancla o la cubierta, por eso cuando empecé a escribir bien, empecé a pedir la función de escribir la bitácora, y si bien adentro con el bamboleo me mareaba bastante, me fui acostumbrando a llevar registro de los viajes. En el Inti se registraban la dirección del viento, la marea, el tipo de nubes que se formaba, el tiempo de navegación que llevábamos y a cuántos nudos, si se prendía el motor o no, para controlar el consumo de combustible, si se cruzaba el canal Mitre u otro canal, si se cambiaba de ruta, si se avistaba algo grande flotando… bueno, todo este tipo de experiencias que constituían el derrotero durante el viaje se escribían en la bitácora, por lo cual, cuando inicié mi viaje, me resultó casi natural llevar un registro, me parece que esas son las raíces que nos parieron a mi Selva y a mí.
También mis viejos tienen bastante relación con la escritura, en el sentido de que nos escribían cartas, a mi hermana y a mí, sobretodo en la adolescencia, que discutíamos mucho. A veces yo me encerraba en el cuarto y no los escuchaba más, entonces para decirnos ciertas cosas, ellos acostumbraban escribirnos cartas.
Hubo asimismo otro personaje de la familia que me hizo adorar la escritura, que fue el tío Alberto, un hermano de mi viejo, que yo recién conocí cuando ya estaba por fallecer. Durante mucho tiempo fue un viajero, huyó de Bs As en circunstancias que la familia mantuvo en las tinieblas, recorrió el sur, se instaló en Río Gallegos, también navegaba y trabajaba en barcos petroleros. Hacía otro millón de trabajos también. Es un tío al que mi viejo quería mucho, del que yo sólo conocía las historias y recibía sus cartas, contándome cosas alucinantes de lugares que yo desconocía, así se fue tejiendo en mi niñez una relación con la escritura y con las cartas bastante entrañable.
Además mis viejos en un momento decidieron buscar sus raíces, viajar a conocer los lugares donde habían nacido sus padres, en Croacia, en La Vascuña, en Galicia, en Italia y esas historias también nos las transmitieron en cartas. Toda la historia de la familia, lo que les contaban los tíos y primos que fueron encontrando, por lo que hay mucho de sostener la memoria mediante la escritura, a modo de herencia.
La niñez en un velero tiene mucha soledad pero también tiene cosas lindas. Era una época sin celulares ni tablets, en el barco no había tele ni teléfono, así que si era verano, uno podía tirarse al agua y nadar hasta el barco de un amigo, golpearle el caso desde el agua, o usar el VHF para acordar un lugar de encuentro en las rocas o en la playa cuando estaba anocheciendo; si era invierno por ahí te prestaban un bote con remos y de más grande el gomón con el fuera de borda, y era una aventura irse sola a la tarde cuando mis viejos pescaban o dormían la siesta, me iba hasta bien arriba por el río, paraba el motor y dejaba el bote flotando a la deriva lenta, para escuchar los pájaros, los ruidos de la costa, la selva vista desde el río.
¿Qué relación tenés con la lectura? ¿Tenés algún género de preferencia?
Leo mucho, a diario, me gustan mucho las novelas de viajes, la vuelta al mundo en velero, el cruce del estrecho de Magallanes, el cruce del Atlántico en balsa, y también la ciencia ficción, leo muchas cosas que tienen que ver con mi profesión, o con el yoga, por una cuestión de necesidad de saber, pero cuando no tengo nada que estudiar o investigar, me gusta leer ciencia ficción.
Entiendo que un viaje de tres años por América debió ser una experiencia sumamente enriquecedora. Las historias que contás en Selva ¿nacieron durante el viaje o las escribiste al regresar a tu hogar?
Las escribí durante el viaje, haciendo una bitácora general de todo el viaje, y llevando también una particular de la Amerindia (la canoa) que, con mi amigo Mariano, nos encargábamos de completar con algunas referencias para guiarnos, como desembocaduras de ríos, o construcciones identificables o un barco hundido, o una construcción alta, o cualquier cosa para que, si luego más adelante nos encontrábamos con alguien, pudiéramos darle nociones de por dónde íbamos pasando, o averiguar en dónde estábamos. Estos cuentos así como aparecen fueron escritos “ao vivo” sin pulir, sólo tuvieron releídas y acabado final al llegar a casa.
¿Qué fue lo que te motivó a escoger algunos relatos para inmortalizarlos en este libro?
Fueron mis sobrinos. Cuando me fui tenía dos sobrinos, Julia y Emiliano, que tenía 2 años, Julia tenía 4 más o menos, y mientras yo viajaba mi hermana tuvo su tercer hijo, al que le puso mi nombre, Patito. Cuando regresé, Emi no se acordaba de mí, sabía que tenía una tía pero no me reconocía, incluso una vez me dijo –¿“Vos por qué te parecés tanto a mi mamá?”. Patito no me conocía, y me dieron ganas de contarles sin aburrirlos, entonces me pareció que se merecían un libro, un libro ilustrado para conocer dónde anduvo la tía esos años que no estuvo para criarlos.
Antes de Selva no solías dibujar, pero al momento de ilustrar las historias encontraste una herramienta nueva para complementar tus textos. ¿Cómo te sentiste con esta nueva incorporación al acto creativo?
Como muchos yo dibujaba muchísimo de chiquita, y cuando fui creciendo, la autoexigencia me hizo mal, la autocrítica. Cuando tenía 8 años le pedí a mi tía que me enseñara piano, así que estuve unos años con ella aprendiendo flauta, piano, algo de guitarra y para los 11, mi tía me ayudó a convencer a mis viejos de anotarme en el conservatorio, donde estudié hasta los veintipico. Por lo que en mis tiempos libres mi energía estaba puesta en la música. Si me sentía bien tocaba el piano, si me sentía mal tocaba el piano, si estaba con amigos tocaba el piano, si estaba sola tocaba el piano, hasta que la hiperinflación argentina hizo que mis viejos vendieran el piano.
Tuve que cambiar de instrumento, a la fuerza, empecé a tocar la traversa que aún me acompaña. Creo que la música hizo que tuviera poco tiempo y poca necesidad de dibujar, lo que sumado a la autocrítica, que me hacía pensar que hacía música mejor de lo que dibujaba, y como a mí no me gusta hacer las cosas mal, entonces, dejé de dibujar. Así que me hizo muy bien volver a hacerlo, tuvo su rol cuasi terapéutico. Me alegro por habérmelo permitido y siempre agradeceré tu incentivo.
[¡Gracias a ti por darle rienda suelta!]
Sé que además de escribir y dibujar hacés otras actividades relacionadas con lo artístico, me gustaría que me contaras un poquito de cada una y lo que significan en tu vida.
De la música ya conté un poco, actualmente sigo con la traversa, estudio violín, y como mezclo la música con el teatro, me inmiscuí en cosas que crean atmósferas, algunas percus, el ovnidrum, y todo esto porque estoy en un grupo de teatro político, que es también un lindo grupo de amigos y si bien a veces actúo, prefiero hacer la música de las obras, de los ensayos, durante los ejercicios de posturas, de personajes.
También siento que mi profesión es un arte, aunque occidente haya dividido por completo las artes de las ciencias. Trabajo con niños con discapacidades, lo que hace que todos los días, durante cerca de 8 hs, tenga que jugar con muchos chicos diferentes, niños con limitaciones para escuchar, para hablar, para mover su cuerpo, con desafíos cognitivos o de socialización y yo siento que es todo un arte divertirlos, para que su aprender no sea una lucha y su niñez tenga juego y fantasía.
¿Ya estás cocinando el segundo libro con otro tipo de experiencias vividas?
SÍiiiiiii! También con escritos del viaje, que antes dejé fuera de Selva porque no me parecieron divertidos para los niños. Son relatos de búsquedas espirituales que tienen que ver con tradiciones que fui encontrando y me fueron buscando, como temazcales, ayahuascas, yagés, Santo Daime, respiración holotrópica y otro montón de cosas. Sumado a otros relatos, con registros realistas o relatos históricos de lugares que conocí, de los que cuento mi historia de su historia.
♥ ♥ ♥ ♥ ¡Gracias, Pato bella por esta deliciosa entrevista! ♥ ♥ ♥ ♥
[Las fotos viajeras de este post pertenecen a Pato Etchechoury]
Y aquí, para que no se queden con la intriga, algunas fotitos de Selva e ilustraciones que la conforman:
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Así "viene" envuelta Selva, con muchísima dedicación y amor. |
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